Respecto a la naturaleza de la conducta agresiva de los deportistas, el
deporte de alto nivel ha llegado a quedar controlado por consideraciones
estratégicas en las que se estima a las conductas agresivas como medio para
alcanzar el triunfo.
En su investigación sobre la conducta agresiva en los partidos de fútbol, Volkamer (1971) llegó a la conclusión de que el mayor número de faltas del equipo perdedor era atribuible a la frustración. De este modo, los equipos débiles no sólo pierden sino que tienden a jugar a la defensiva y, los equipos defensivos cometen más faltas que los equipos atacantes.
Por otro lado la variable ganar/perder dentro o fuera de casa también se asocia con la conducta agresiva, encontrándose en diversos trabajos cómo aumentaban las infracciones cometidas en el terreno de juego de aquéllos equipos locales que iban perdiendo (Wol f, 1961).
Además, este aumento de faltas
cometidas por el equipo local se hacía más notable porque, al parecer,
tienen más razones para esperar la victoria que los del equipo visitante. Así,
los resultados de la investigación de Volkamer apuntan al hecho de que las
infracciones constituyen, en un grado importante, estrategias utilizadas en el
fútbol (Volkamer, 1971; Lefebre y Passer, 1974; Widmeyer y Birch, 1984).
En el trabajo de Van der Brug y
Marseille (1983), se plantea cuáles son las causas de la conducta violenta de
grupos de jóvenes en los partidos de fútbol con objeto de lograr un mejor
conocimiento de las experiencias, formas de conducta y procedencia social de
los espectadores habituales de las llamadas “ bandas ” de los estadios de
fútbol. Parece ser que la conducta violenta del espectador alcanza su punto
máximo en el grupo de edad de 16-18 años, siendo característico un nivel bajo
de escolarización y la presencia de conflictos con los profesores. Además, el
control social ejercido por los padres es muy limitado. Por otro lado, a muchos
de estos jóvenes no les preocupa en absoluto lo que digan sus padres, actitud
que se manifiesta particularmente en los espectadores más violentos del fútbol.
Se ha afirmado a veces que los gamberros no se muestran activos en el deporte.
Tal idea coincide con la afirmación de que estos jóvenes violentos forman un grupo
alienado de la sociedad, que se interesa por integrarse al margen de todo,
incluyendo la vida deportiva. Así en el estudio de Van Der Brug y Marseille
(1983) citado muestran que la mayoría de los que respondieron (86,6%)
participaban en el deporte y entre éstos, un 61,8% en el fútbol. Otra de las
conclusiones que señalaban era que aquellos que participan a menudo en peleas
intervienen menos en el de porte que los que se mezclan menos en conflictos.
Además, no existe conexión entre participación en peleas en el estadio y
participación en el fútbol. Esta última observación nos retrae, quizá de
afirmaciones populares como la idea de que la práctica del fútbol promueve la
violencia como espectador (Bakker et al., 1993).
Otra variable relacionada con la
agresión en el deporte es la competición. En un estudio realizado por Rascle,
et al. (1998) se muestra que aquellos equipos profesionales parecen comportarse
más agresivamente frente a equipos que también compiten, pero no profesionalmente.
Al parecer, esta distinción está
relacionada con la naturaleza de la competición (Nicholls, 1984, 1989). Así, la
competición va a estar orientada, bien hacia uno mismo (metas orientadas a la
maestría), o en función de los demás (metas orientadas al resultado). Las metas
de maestría se caracterizan por conseguir una mejor destreza y habilidad donde
el esfuerzo y el aprendizaje diario será lo que motive al deportista en su
práctica diaria y sin establecer comparaciones con los demás deportistas. Por
otro lado, las metas orientadas al resultado hacen que el deportista se
preocupe en demostrar mejor habilidad que los demás. Así, parece existir una
relación positiva entre un deportista orientado hacia el resultado y mostrarse
más agresivo (Duda, Olson y Templin, 1991; Duda y Huston, 1995; Duda, 1987;
Kimiecik, Allison y Duda, 1986; Bredemeier, et al., 1986).
Según Frogner y Pilz (1982), con el
aumento de la edad se suscita un esquema de normas agresivas y también se
incrementan las infracciones agresivas en el deporte. La conducta agresiva
consecuente con estas normas es el resultado de un proceso de socialización que
se limita exclusivamente a los acontecimientos deportivos. La conducta agresiva
en el deporte se convierte en una conducta “normal” socialmente adquirida,
Frogner y Pilz basan estas conclusiones en los resultados de un estudio,
donde sus hallazgos en tal investigación coinciden con los de Heinilä (1974) en
el caso de futbolistas jóvenes. Heinilä pudo mostrar que, con el aumento de la
edad, el significado de “juego limpio” se hacía menos importante y daba paso a
la norma de “tratar de conseguir para el equipo la mayor ventaja posible”. De
esta manera, el entrenador (que se halla sometido a la presión social de lograr
unos resultados) se convierte en la figura socializante central para normas y
conductas agresivas. También, Pfister y Sabatier (1994) en uno de sus estudios
concluía que a mayor edad y experiencia el número de transgresiones y de
comportamientos agresivos aumentaban en los partidos. Además, Pfister señala en
su trabajo, la variable género como predictora del comportamiento agresivo. Al
parecer, los niños se muestran más agresivos que las niñas (Pelegrín,
2001b)
Con relación a la influencia de la
frustración en el nivel de agresión de los espectadores, diversos estudios
muestran que la frustración posee una influencia en la generación de un estado
emocional (como sentirse furioso) siendo un factor que eleva el nivel de la
agresión cuando los espectadores no presencian las expectativas esperadas.
(Goldstein y Arms, 1971); Schulz y Weber, 1979; Van der Brug, 1983). A pesar de
estos resultados, en otros estudios los resultados mostrados apuntan a que no
todos los actos violentos originados por los espectadores son debidos
exclusivamente a la derrota (Van der Brug, 1986).
Finalmente, Bakker et al., (1993) argumenta
que es un error suponer que la violencia en los estadios de fútbol es un
fenómeno aislado sin relación con la conducta en otras situaciones.
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