En deportes de invasión en edades tempranas, quién no ha
visto alguna vez a entrenadores querer ganar a toda costa incluso premiando a
sus jugadores cuando cometen conductas antideportivas? Ocurre más a menudo de
lo que parece y solo hace falta pasar un fin de semana viendo algunos partidos
de cualquier deporte para darse cuenta.
Un buen entrenador deberá controlar sus sentimientos
negativos. Puede que en algún momento, bien sea por la superioridad del rival, una actuación arbitral con la que no se está
de acuerdo o algún error de sus jugadores, desencadene en un sentimiento de frustración
tanto por parte del entrenador como de sus jugadores. Si esto ocurre así, la
agresión puede aparecer de dos modos: psicológica por parte del entrenador
sobre sus jugadores y física por parte de los jugadores sobre sus contrarios.
Así pues, el
entrenador deberá saber que se trata de un juego solamente y no agredir
psicológicamente a sus jugadores con gritos y palabras malsonantes sino ayudar
a sus pupilos para que no se desanimen y pierdan la motivación. Si se diera el
primer caso, muchos niños podrían dejar el deporte porque no lo encuentran
placentero y se sienten presionados.
En el caso de que
algún jugador saque a relucir su frustración mediante la agresión, el
entrenador deberá actuar en consecuencia. Un simple cambio del niño agresor y
una explicación al respecto puede cambiar su conducta ya que el niño por encima
de todo quiere jugar.
Es importante que se aprenda en edades tempranas a saber
llevar los sentimientos de frustración o impotencia que pueden aparecer en
determinadas fases de un partido. Para ello un entrenador bien formado deberá
inculcar los valores de la deportividad y el saber perder (el saber ganar
también) en sus jugadores que lo agradecerán en el futuro, tanto en el deporte
como en la vida.
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